Meditemos en este tiempo que, como dice en 1 de Corintios 5:7, Cristo es nuestra pascua. Él venció a la muerte, Él llevó nuestra vergüenza y pagó el precio de nuestra paz. Sacrificio único y suficiente, hecho una vez y para siempre.
Él es la primicia, nuestro principio y fin.
No hay palabras humanas que puedan expresar la gratitud como retribución a ese acto de amor.
Él es nuestra esperanza. Como dijo Pablo: “si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1 de Corintios 15; 19)
Un amor consumado. Una tumba vacía. Una promesa cumplida (El que había de venir y el que vendrá). Una gracia recibida.
Un secreto revelado: “Cristo vive, EN ustedes, la esperanza de gloria!” (Colosenses 1:27)
El ahora habita en nosotros, estamos siendo transformados a su imagen y aguardamos ser revestidos de aquella celestial. Y esta esperanza que tenemos no nos defrauda porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:5) y esto es solo un anticipo de la gloria venidera, una garantía de su promesa! (2 de Corintios 1:21-22)
Disfrutemos de Cristo, de vivir en Él, por Él y para Él.
Hagamos que esta verdad eterna sea conocida por aquellos que aún no han oído de Él.
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