Vivimos en nuestros países de origen soñando y preguntándonos muchas veces, cuándo llegaremos al campo. La ansiedad y la pasión aumentan. La incertidumbre ante un nuevo cambio arropa nuestras vidas porque está vigente.
Llega el momento de salir, ¡qué felicidad! El vuelo será para nosotros maravilloso porque llegaremos a la tierra prometida. Pisamos el país y lo primero con que chocamos es con la cultura, el idioma y la integración, a la vida del país que nos recibe. Pasan los primeros meses y la luna de miel comienza a desaparecer. De momento nos sentimos que no pertenecemos a este país. Nos cansamos de tratar de sentirnos parte de ellos, pero sin éxito. El proceso de desintoxicación religiosa es muy fuerte. Estábamos en nuestro país con una militancia religiosa donde posiblemente íbamos a la iglesia todos los días. Estábamos entre hermanos, nuestro mundo era la iglesia… Y ahora no hay nada. ¿Qué hago? Ahora estoy en un país donde tengo que aprender otro idioma para poder comunicarme y es como tratar de subir una pared de tres metros de alto sin escaleras.
Si estamos en Europa, el choque con el postmodernismo y el pensamiento relativista es muy estresante. De momento sentimos el vacío familiar, anhelamos comer nuestra comida, pero no encontramos algo que se parezca a lo que nosotros estamos acostumbrados. Y la cultura nada tiene que ver con la nuestra. En mí caminar he aprendido que lo que para mí es lo más valioso de mi cultura, para otros no lo es, todo se derrumba porque mi cultura no es importante para esta gente. Entonces es cuando nos preguntamos, qué hago yo aquí.
La disciplinas que nos han impuesto para aprender el idioma y conocer la cultura del país receptor es una responsabilidad muy pesada. Hay personas que tienen la capacidad de aprender una lengua en seis meses, pero para otros el aprendizaje es muy duro (especialmente para mí). Esa carga es mayor cuando finaliza la luna de miel. Con la pandemia todo se complica.
Nuestro nivel de tolerancia ha disminuido y ahora vemos a los nacionales como una carga, y más si vivimos en un país cerrado donde la prudencia en el hablar y la manera en que debemos comportarnos se convierte también en una carga. La tolerancia con el equipo ya no es la misma y comienzan las diferencias, y hasta peleas entre unos y otros.
Todo lo que me rodea se convierte en algo que me supera. ¿Qué hago Señor? Me cuestiono si me equivoqué al venir a este país y si debo obedecer al llamado del Señor o regresar a mi país. De momento lo que Dios me había dicho ya no es. Ahora son otras instrucciones y otras interpretaciones de la voluntad de Dios.
Me pregunto si debo regresar. Reflexiono y concluyo que debo analizar y orar. Pido en oración; Señor, dame las fuerzas para comenzar el proceso de integración, aunque la luna de miel se haya acabado. Entonces leo las Escrituras y veo el ejemplo de Abraham. «Aun cuando no había motivos para tener esperanza, Abraham siguió teniendo esperanza porque había creído en que llegaría a ser el padre de muchas naciones. Pues Dios le había dicho: «Esa es la cantidad de descendientes que tendrás». Y la fe de Abraham no se debilitó, a pesar de que él reconocía que, por tener unos cien años de edad, su cuerpo ya estaba muy anciano para tener hijos, igual que el vientre de Sara.» Romanos 4:18-19 NTV
Amarrémonos a la fe y la obediencia al llamado del Señor. Sigo leyendo las Escrituras. «Arráiguense profundamente en él y edifiquen toda la vida sobre él. Entonces la fe de ustedes se fortalecerá en la verdad que se les enseñó, y rebosarán de gratitud.»
Colosenses 2:7 NTV
Concluyo diciendo. Una vez que puedas vencer los sentimientos negativos y de frustración en el poder del Espíritu Santo, comenzarás una nueva etapa ministerial.
Se acabó la luna de miel y ahora, qué hacemos con el compromiso. Cumplir con el llamado del Señor en obediencia, comprendiendo este pensamiento.
«Nunca serás como ellos, pero si te encarnas entre ellos puedes ganarte el derecho de hablar y ser escuchado por ellos. Pero recuerda que nunca serás como ellos.»
Adopto el principio del apóstol Pablo y lo convierto en parte de mi vida.
«A pesar de que soy un hombre libre y sin amo, me he hecho esclavo de todos para llevar a muchos a Cristo.» 1 Corintios 9:19
Adiós luna de miel, bienvenida obediencia incondicional.
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